Cuando el gobierno de Gandia se ciñe a cada realidad concreta resulta más estimulante y persuasivo que cuando intenta venderse a granel o pretende hacer categoría del anecdotario político diario. Esta semana el alcalde anunciaba una batería de medidas para paliar el grave problema de la vivienda en Gandia, y el solo hecho asumirlo públicamente, en vez de ponerse de perfil, aumentaba considerablemente el crédito del ejecutivo local y especialmente el suyo propio.
El único sentido de la vida pública es resolver o reducir las dificultades reales de los ciudadanos, lo que supone aceptar la posibilidad del fracaso, y no hay mejor sistema para medir la auténtica altura de un político que prestar atención a su capacidad de correr riesgos. Cuando Prieto admite que no tiene «una varita mágica» para resolver de un plumazo la difícil situación que en materia de vivienda afecta a la ciudad, está corriendo un riesgo considerable, porque no son pocos quienes creen que un alcalde sí tiene una varita mágica o el poder de obrar milagros desde su despacho. Pero, al mismo tiempo, está devolviendo a la política a su radio de acción más digno y genuino. Todo lo demás, es literatura.
Como señalaba el jueves este periódico, 1.300 familias están en lista de espera en la Oficina de l’Habitatge y en Gandia solo existen 50 pisos disponibles en régimen de alquiler no vacacional en las plataformas digitales, todos por encima de los 450 euros. Son datos brutales de los que podría haberse distanciado cómodamente el ejecutivo simplemente recordando el funcionamiento del mercado inmobiliario y las limitaciones operativas de un ayuntamiento, especialmente en estos tiempos, cuando casi todo se resuelve con un poco de amnesia y de cinismo. Sin embargo, el gobierno (no precisamente abrumado por la oposición más inofensiva e inoperante de la historia democrática local) ha decidido implicarse en un espinoso problema que no podrá resolver del todo y, quizás, ni siquiera paliar (ya se verá), pero que demostraba tener claras sus obligaciones.
El solo hecho de señalar las dimensiones del problema de la vivienda en Gandia, más allá de las medidas anunciadas (fiscales, patrimoniales, urbanísticas), puede verse ya como un elemento de cohesión social en el sentido de que una ciudad difícilmente puede tener una idea real de sí misma maquillando o silenciando políticamente una de sus peores lacras. Tomar conciencia de la realidad de los demás (de la «Carne y piedra», como dice Richard Sennett, de las que están hechas las ciudades) es todavía uno de los más destacados signos de identidad de la izquierda. Y si como señalaba Aristóteles «personas similares no pueden crear una ciudad» la vida en común mejorará cuanto mayor sea el grado de reconocimiento o empatía entre los ciudadanos diferentes, y eso pasa por afrontar la complejidad de las situaciones y, por lo que incumbe a la política, por adoptar medidas de aproximación para no vivir aislados del prójimo o en la ignorancia más inconsciente.
El gobierno ha hecho una apuesta de muy incierto destino que le acompañará durante toda la legislatura. Pero es una apuesta valiente y necesaria, un compromiso ciudadano que, más allá de su desenlace, lleva el sello de la honestidad y del realismo. Del poliédrico partido de Prieto, esa faceta es la que, en realidad, brilla por sí misma sin necesidad de aliños propagandísticos, discursos barrocos o tacticismos pedestres, porque en esas políticas transversales de ciudad –en la política real– nos convoca y nos encuentra a todos.