Hace mucho tiempo que no leía a Paul Auster. Y no sé por qué. Quizá porque cada etapa de nuestras vidas requiere cosas diferentes; pero, el otro día, mi librera me mostró Baumgartner (2024) como novedad editorial y, sin pensarlo, como que me dio buen pálpito y me la llevé a casa. Eso sí, como comentaba con un amigo poco después, la iba a leer ese fin de semana sin ningún tipo de prejuicio, ni grandes expectativas, en beneficio de la felicidad lectora.
Y así ha sido. Y ha sido fácil, porque es obra de un autor consagrado con ya 77 años, que habla de un personaje, Baumgartner, de 70, por lo que «ya no hay tiempo para titubeos» (p.89), profesor de Filosofía en Princeton que va a jubilarse, y conmigo como lector que lo puede comprender sin mucho esfuerzo. Y ahí creo que está la clave de la novela: haber vivido mucho, haber ganado mucho, haber perdido mucho, pero, aun así, tener ilusión por el presente y vivir en él. Es una novela positiva, aunque sea una novela sobre el duelo por todo lo perdido y en un momento vital cercano a la senectud (p.144). En esa existencia diaria y tranquila de este profesor, viudo desde hace 10 años, por lo que se siente un «muñón humano» (p.41), que compra libros solo porque se los traiga a casa Molly, que entabla amistad con el muchacho que lee los contadores, que vuelve a enamorarse y que quiere casarse con Judith; y que sigue trabajando en sus ensayos con «Misterios de la rueda» (p. 244), a la vez que quiere recuperar los textos poéticos y narrativos que su mujer dejó, pues bien, con todo eso se muestra que la vida sigue, que se está bien en ella, y que puede continuar bien, porque «Lo que ocurre después de la muerte es que se entra en el Gran Vacío, un espacio negro donde nada es visible, un inaudible espacio de nulidad, la nada de la ausencia» (p.81).
Auster mediante el empleo del recuerdo y de la metaliteratura, nos dibuja la historia de su personaje, sin perder de vista nunca al lector, hasta con interpelaciones directas a él (p.138). En la novela hallamos esa biografía norteamericana de quien llegó al país y triunfó, de los judíos en Estados Unidos, de los padres singulares del protagonista y de sus querencias, de esa universidad completamente clasista, de las relaciones amorosas en la juventud, del sexo directo, etc., es decir, un contexto de lo que supone cierta parte de la sociedad blanca pudiente americana. Y es aquí donde la prosa y la técnica de Auster es crucial, pues alterna la historia narrada, en dos niveles: el primero mediante un narrador tradicional muy complejo, que interpreta los pensamientos del protagonista, que puede contar las cosas de forma pausada, o bien con cercanía a las indicaciones de un guion cinematográfico, o también, como si fuera el torrente de información que supondría un monólogo con frases enormes, pero muy complejas (p.119); y, el segundo, mediante la inclusión de versos y de textos, a modo de historias, que van mostrando los sentimientos experimentados por el protagonista o su mujer a lo largo de sus vidas. Lo que podría ser una historia sencilla y banal, se convierte en otra cosa. La fui leyendo y disfrutando, con la particularidad de que el autor no intenta a las claras que el personaje te guste, solo que lo conozcas y que compartas con él su presente y, sobre todo, el quién es ahora mediante la evocación de metonimias de su pasado.
Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque Baumgartner es ya un personaje para mi galería por el sentido de realidad que posee, por su capacidad de apreciar y de acometer la vida y por cómo se construye. Porque es un placer leer la prosa de Auster, si cabe más natural y trabajada que nunca, pero sin necesidad de impactar más allá de la naturalidad y del buen orden de las cosas, la prosa de un maestro. Y porque, en esencia, comparto la gran verdad que, en boca de Baumgartner, la novela plantea: «Vivir es sentir dolor, dijo para sí, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir (p.73). ¡Ahí es nada! ¡Felicidad lectora conseguida!