Juan Sabas entrenó en el Córdoba CF. ¿Se acuerdan? ¿No? Quizá es que no le vieron. Era lo normal durante 2020, un año de encierros en casa, tapabocas y contactos mínimos. La pandemia del covid-19 lo apagó todo y en el club blanquiverde, con la propiedad de Infinity ante su primer gran proyecto “desde cero” -es un decir-, decidieron que era buena idea sostener en el cargo a un técnico que llegaba del Extremadura -como otros muchos profesionales que desfilaron por El Arcángel– y no pudo estrenarse cuando le llamaron para suplir a Raúl Agné a falta de pocas jornadas de la 19-20. Era marzo y el Córdoba se quedó a un puesto del play off exprés que se inventó la RFEF para reparar el desaguisado deportivo. En la ribera del Guadalquivir todo se movió a otro ritmo, claramente descendente.
Solo seis partidos
Sabas, ex jugador de éxito (Atlético, Rayo, Betis…) solamente dirigió seis partidos al Córdoba CF en la temporada 20-21, la última de la desaparecida Segunda División B. Su balance (dos victorias, dos empates, dos derrotas) fue canjeable por un despido que siempre estuvo latente en el ambiente. No confiaban demasiado en que fuera el adecuado, pero nadie se atrevió a iniciar el proyecto con un cese. Fue cuestión de semanas.
Ninguno de los que le sustituyeron pudo levantar la situación. Era una liga de subgrupos por proximidad geográfica, un torneo rápido donde los favoritos llevaban toda la presión. El Córdoba no la soportó, por lo que fuera. Ni Pablo Alfaro, que suplió a Sabas, ni Germán Crespo, que llegó con el barco hundido, pudieron detener lo que el consejero delegado por entonces, Javier González Calvo, etiquetó como “una hecatombe”.
La última vez
El 20 de noviembre de 2020 dirigió Sabas su último partido en El Arcángel. La cadencia era muy negativa. Primero, dos victorias: Lorca y Yeclano. Después, dos empates: UCAM Murcia y Recreativo Granada. Era la quinta jornada del campeonato y el Córdoba estaba invicto, lo que dadas sus pobres prestaciones arrojaba luz sobre el nivelito del grupo. Daba igual. Aquello salió mal. El Sevilla Atlético, que era el rival, se llevó la victoria por 1-2 ante el poco público -no podía haber más por cuestiones de seguridad sanitaria- que acudió, previo sorteo de localidades. Que, por cierto, menudo premio se llevaron los sufridores.
De aquel día solo habrá dos protagonistas en el campo: el propio Sabas, ahora con el Melilla en el banquillo rival, y el cordobesista Simo Bouzaidi, que lo vio desde el banquillo como suplente en un filial sevillista en el que tuvo sus minutillos finales un juvenil Isaac Romero, en su momento objeto de deseo del Córdoba y ahora gran esperanza goleadora del Sevilla en Primera División.
La alineación de aquel Córdoba CF clandestino, que entrenaba y jugaba en soledad, apenas tiene elementos recordables para el aficionado, que por entonces tenía razones poderosas y múltiples para mantener el desapego. Edu Frías, Farrando, Bernardo Cruz, Djetei, Samu Delgado, Espeso, Javi Flores, Traoré, Mario Ortiz, Oyarzun y Piovaccari. Salieron también Robles, Moutinho, Willy Ledesma, Jesús Álvaro y Valverde. Hubo pitos.
A la semana siguiente, tras un fiasco en Linares (2-0), Sabas dejó de ser entrenador del Córdoba CF. No hubo despedidas, ni abrazos, ni siquiera apretón de manos, ni rueda de prensa. Todos iban con su máscara bien ajustada. El madrileño estuvo unos años en barbecho, agarrado al fútbol como comentarista, hasta que un Melilla desesperado le llamó para obrar un milagro. Este domingo vuelve a El Arcángel. ¿Y en qué plan? Esto es lo que ha dicho en su última comparecencia a propósito del Córdoba: “Se supone que vamos a estar sometidos a su fútbol. Tienen jugadores de mucha calidad y cualquiera te puede hacer gol. Tenemos que ser serios y no meternos atrás, porque el partido se nos puede hacer eterno. Hay que tener personalidad en campos como ese”.